El Comienzo del entrenamiento
El entrenador habló sobre los arqueros tiradores capaces de disparar flechas a sus enemigos desde muy lejos. Además, podían lanzar flechas incendiadas, heladas y algunas veces envenenadas. Eran destacados por ser muy ágiles a la hora de entrar en combate y, aunque fueron pocas las veces, eran capaces de salir de ellos sin ser lastimados.
Luego mencionó que los tiradores eran mucho mejor que los cazadores y porque estos debían de ser la minoría en vez de la mayoría, como actualmente se mostraban las encuestas entre los guerreros.
-¿Por qué los cazadores son mas débiles?- pregunté
-Porque se fían en sus mascotas, que por más tamaño que tengan, son torpes y no valen la pena.- explicó molesto, como si dijese algo muy obvio.- Son todos cobardes, les das unos golpes y salen huyendo camuflándose con el entorno. – y luego escupió al suelo.- Son todos cobardes.- repitió.
-Me cuesta creerte. Pruébamelo. A lo mejor los cazadores si valen la pena.- dije desafiante.
Elentari me miró alarmada y negando con la cabeza despacio. Ryech me miró enojado.
-Sí… creo que será mejor ver al entrenador de cazadores Elen, este tipo solo exagera.- y luego cuadré los hombros.
-¿Sabes por donde me paso a los cazadores?- preguntó retóricamente.
Luego con su arco apuntó a uno de los blancos, colocó una flecha en posición y disparó. La flecha dejó un rastro de fuego, hielo y pequeños rayos. Cuando esta llegó al blanco explotó provocando que con un gran estruendo y humo el blanco desapareciese.
Miré asustado a Elentari y ella igual.
- Esta bien… te creo.- dije tartamudeando.
-¡Já!- dijo Ryech aun ofendido.- Imbécil. Mejor vayan con el entrenador de cazadores, de todas formas nunca será un arquero.-
Entonces sentí una gran rabia que me quemaba por dentro. Le apunté sin pensarlo siquiera y disparé una flecha. Me sorprendí al ver que la flecha se volvió fuego. Ryech se agachó y rodó en el suelo para evitar el fuego que quedó por culpa de mi flecha.
Se levantó y se limpió el polvo.
-Ok… eso fue un gran tiro, muy bueno.- admitió.- Perdón mi enfado de hace unos minutos.- dijo
-No te preocupes, yo empecé.- dije ahora sonriendo, feliz de saber que era capaz de disparar ese tipo de flechas.- Pero no me pregunte como lo hice.- pedí.
Ryech rió feliz, fue raro verlo.
-No, ya se como conseguiste hacerlo. Normalmente, en las leyendas, el fuego es el elemento del odio, enojo y destrucción. Te enfadaste tanto que al disparar la flecha se generó fuego.-
-¿Cómo?- dije aun sin entender.
-Tu enojo viajo por tu cuerpo hasta la flecha y gracias a la magia de los elfos, se formó fuego. Creo que no es necesario decir que solo sucede con elfos, ya que los humanos de ahora no creen en estas cosas y no saben canalizar la magia.- explicó.
-Pero yo tampoco sé.- dije aún mas confundido.
Ryech suspiró.
-Pero la magia corre por tus venas porque sos un elfo. Para nosotros es más fácil, es algo natural. Antes los humanos podían, claro, pero era muy difícil para ellos.- intentó explicar.
-Bueno, no importa.- dije finalmente.- Si quiero dispara algo así de nuevo, ¿tengo que estar enojado?-
-Para lanzar una flecha de fuego, sí.- respondió asintiendo también con la cabeza.
-¿Y para disparar una flecha congelada? ¿Y una envenenada?- pregunté.
-Es sencillo, basta con desearlo en serio pero un deseo grande. Nada de “quiero esto”. No, hay que sentir que ese deseo te corre de arriba abajo sin parar.- respondió mientras movía las manos para todos lados.
Lo miré asustado y él señaló un blanco con la mano.
-Quiero ver que lances una flecha congelada al blanco.- ordenó.
Tragué saliva, muy preocupado. Dudé si podía o no. Apunté y luego cerré los ojos deseando que funcione. Disparé y abrí los ojos para comprobar si había funcionado. Me llevé una gran decepción al ver que solo había logrado apuntar al centro del blanco, pero solo estaba la flecha.
-Maldición.- suspiré.
-Silencio.- dijo Ryech pensativo.
Miramos fijos la flecha por unos segundos. Al poco tiempo, el blanco quedó rodeado de una débil capa de hielo. Sonreí y besé a Elentari.
-Bueno, es un comienzo.- dijo Ryech intentando interrumpir el beso.
Ni Elentari, ni yo, le hicimos caso. Tosió rudamente y molesto. Me separé de Elentari un centímetro y miré al entrenador.
-No jodas.- y luego volví a besarla.
-¡Ah que bien! Tortolitos…- dijo quejándose mientras se marchaba del patio.- Mañana a la misma hora de hoy.- y luego desapareció.
Continuara.